jueves, 8 de septiembre de 2011



























































jueves 8 de septiembre de 2011





SOBRE EL PACTO PSOE - PP





La última sorpresa que nos ha dado Zapatero –proponiendo reformar la Constitución “para dar confianza a los mercados”– ha desbordado el vaso. Ha descolocado seriamente al nuevo candidato socialista a la jefatura del Gobierno, forzándole a sellar un pacto con el Partido Popular en vísperas de un difícil enfrentamiento electoral. De este modo ha ontribuido a sembrar más dudas, cuando éstas ya son grandes, sobre si existen diferencias reales, de fondo, entre los dos grandes partidos en la política frente a la crisis económica que puedan convencer a la multitud de indecisos de dar el voto a Rubalcaba para evitar algo mucho peor. De hecho, la candidatura de Rubalcaba para muchos socialistas significaba precisamente eso: la posibilidad de captar los votos de una parte del electorado de izquierdas, dispuesto a evitar a toda costa una mayoría absoluta del PP que anunciaban las encuestas. El pacto del PSOE con el PP no facilita esta perspectiva.


Pero, ¿cuál es el problema a que nos enfrentamos? ¿La deuda a los bancos o la crisis económica general? Deuda de los Estados con los bancos ha habido siempre; los bancos han hecho siempre grandes negocios prestando dinero a los Estados. Pero la crisis financiera no ha sido provocada por las deudas estatales, sino por una política bancaria enloquecida que ha multiplicado los préstamos sin garantías a personas y entidades privadas, lo que ha obligado a los Estados a subvencionar a los bancos con mucho dinero para evitar consecuencias que su quiebra podía suponer para millones de familias que habían depositado en ellos sus ahorros. Hay que diferenciar la crisis financiera provocada por la ineptitud y la corrupción de sus ejecutivos
de Ia crisis económica general que ellos han esencadenado. La dificultad está en que el sector financiero se ha convertido en un poder fáctico tan poderoso que impone sus decisiones a los poderes políticos y logra que éstos den prioridad a la solución de la crisis financiera sobre la solución de la crisis económica general. Y la práctica ha demostrado que ese enfoque no resuelve la crisis de los bancos, pero ahonda y agrava la crisis económica general, que amenaza con hacerse crónica.


Las pruebas de esto abundan. Primero se hizo el rescate de Grecia, que no resolvió nada. Grecia se ve condenada a un segundo rescate que jamás podrá pagar ni vendiendo la Acrópolis y trozos de sus riquezas históricas y del territorio nacional. Después hubo que rescatar a Irlanda y Portugal. Y la situación se tornó crítica para España e Italia con peligro de ser, a su vez, rescatadas. Y empezaron a ser afectadas las economías de otros países considerados ricos. Hasta la deuda de la economía más poderosa del mundo, los EE UU, se vio afectada. Además, en los EE UU, Alemania y Francia, en los que se consideraba superada la crisis, la recesión amenaza de nuevo, lo que supone una seria agravación de la crisis económica general. Todo ello porque los políticos y los Gobiernos no han sido capaces de coger el toro por los cuernos y afrontar claramente el problema esencial: la reforma global del sistema financiero, que se ha convertido en el obstáculo a la solución racional de la crisis. Esta situación es aprovechada por la extrema derecha social y política para intentar anular los progresos hechos por los pueblos desarrollados en un siglo a fuerza de lucha y sacrificio. Y aquí se inscriben también los peligros potenciales del pacto del PSOE y el PP, que es una concesión más al poder de los mercados.


La perspectiva política que ofrecen todas las encuestas da por hecho que tras noviembre tendremos un Gobierno del PP, el partido que defiende los intereses de la banca. Un partido que ha defendido siempre una política fiscal que privilegia a los poderosos. En las condiciones de crisis esa política puede crear una situación en la que la recaudación del Estado sea insuficiente para garantizar los servicios sociales propios del Estado del Bienestar y con la Constitución en la mano podría ir desmontando lo que tanto ha costado a nuestro pueblo alcanzar. Entonces comprobaríamos lo grave de la ocurrencia del actual jefe del Gobierno que, por cierto, no ha “tranquilizado” en absoluto a los mercados. l

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