miércoles, 30 de marzo de 2011
lunes, 28 de marzo de 2011
Miles de personas se manifiestan contra la corrupción y reclaman la dimisión de Camps
Camps, Fabra, 'El bigotes', Ricardo Costa o Rita Barberá, centro de las críticas de los manifestantes - Pequeño incidente con un grupo de detractores de Zapatero
EP Cerca de 60.000 personas, según los organizadores, se han concentrado este sábado en las calles de Valencia con motivo de la manifestación convocada por la plataforma ciudadana 'Col.lectiu contra la corrupció' para manifestarse contra la corrupción y exigir la dimisión del presidente de la Generalitat, Francisco Camps.
Durante la marcha --que ha comenzado pasadas las 18.00 horas--, que ha sido calificada por los convocantes como un éxito", los participantes han mostrado pancartas con lemas como 'No a la corrupción, Camps dimisión' o carteles con muñecos recortados en forma de chorizo con las figuras del presidente de la Diputación de Castellón, Carlos Fabra, Álvaro Pérez 'El Bigotes', la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, el coordinador de Economía en las Corts, Ricardo Costa, y el propio jefe del Consell. Asimismo, un estandarte al frente de la marcha mostraba un lazo negro en señal de duelo por las víctimas de la corrupción.
También se han escuchado eslóganes como 'Camps dimisión', 'Te quiero un huevo, quiero un traje nuevo', 'No nos mires, a ti también te roban' o 'El president a Picassent'.
Al inicio de la protesta se ha registrado un incidente, cuando un pequeño grupo de una decena de personas han enarbolado pancartas contra el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, lo que ha provocado las protestas de los asistentes, que les han acusado de "provocar".
Entre los manifestantes se encontraban dirigentes políticos socialistas, como el secretario general del PSPV, Jorge Alarte, acompañado de la secretaria provincial del partido en Valencia, Carmen Martínez, o el portavoz socialista en la cámara autonómica, Ángel Luna.
Asimismo, también han estado presentes en la marcha el portavoz de Compromís en las Corts, Enric Morera, y las diputadas del grupo Mónica Oltra y Mireia Mollà.
La portavoz del colectivo organizador, Reyes Matamales, ha señalado que su organización denunciará la corrupción "sea del partido que sea", aunque ha admitido que en este caso "es del PP y de Camps". "Queremos unas instituciones transparentes y que el PP dé explicaciones a los ciudadanos y a la oposición de la --presunta--financiación ilegal y de dónde están nuestros impuestos", ha agregado.
Alarte ha indicado ante los medios que, independientemente del número de ciudadanos congregados hoy en Valencia, está seguro de que "en sus casas hay miles, y me atrevería a decir millones, de valencianos que tampoco les gusta lo que ven". Por ello, ha pedido que las instituciones "vuelvan a funcionar bajo criterios de honestidad y honradez".
Por su parte, Enric Morera ha señalado que el objetivo de la marcha es "pedir la regeneración democrática" de las instituciones valencianas, por lo que, ha insistido, "los partidos no deberían llevar en sus listas imputados y tránsfugas".
La manifestación, convocada a las 18.00 horas en la plaza de San Agustín de Valencia, se ha dirigido hasta el hasta el Palacio de Justicia del Tribunal Superior de Justicia de la Comunitat Valenciana (TSJCV) por la calle de San Vicente, hasta llegar a la Plaza del Ayuntamiento, desde donde la marcha ha girado hacia la calle de las Barcas para desembocar en el Parterre y en la plaza de Alfonso el Magnánimo, sede del máximo órgano judicial de la región, donde se ha procedido a la lectura del manifiesto titulado 'No a la corrupción. Camps dimisión'.
Fuentes policiales han confirmado que mientras la cabecera de la marcha se situaba frente al TSJCV, la cola de la misma permanecía todavía en la calle de las Barcas, aunque no han precisado cifras.
"EL CÁNCER DE LA CORRUPCIÓN"
El manifiesto, con referencias al 'caso Gürtel', proclama la "defensa de la democracia" en la Comunitat y advierte de que está "acosada por el cáncer de la corrupción y el abuso de poder". En este sentido, insiste en que la corrupción, "lejos de ser un hecho aislado, se ha convertido, con los sucesivos gobiernos del PP, en una práctica sistemática".
De esta manera, han denunciado la "connivencia de la Generalitat con la mayor trama de corrupción conocida en la era democrática" de España. Esta situación, han lamentado, está "colapsando la vida pública, los recursos financieros y el patrimonio natural y cultural" de la Comunitat y "amenaza nuestro futuro".
'Col.lectiu contra la corrupció', en el manifiesto, pregunta por los sobrecostes de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, el montaje de la visita del Papa, por los beneficios de la America's Cup y la Fórmula 1, los trajes y el 'caso Brugal'. También han protestado por el cese de las emisiones de TV3 y por la situación de RTVV, entre otras cosas.
En este sentido, han asegurado que la crisis económica tiene que ver con la corrupción, la "economía especulativa" y la de "grandes fastos". "En lugar de invertir en la red productiva autóctona, en las pymes y la agricultura, el PP ha levantado la cortina de humo de la economía especulativa".
Para el colectivo organizador, "el estado actual de las cosas no habría sido posible sin el abuso de un poder cimentado en las mayorías absolutas del PP. Bajo las órdenes de Camps, las Corts se han convertido en una pieza más del circo de la derecha con una oposición menospreciada e ignorada", han criticado.
DENUNCIA PPCV
El PPCV ha denunciado esta concentración porque, a su juicio, tiene "fines delictivos" y su único propósito es "injuriar". Por ello, solicitó la suspensión cautelar de la misma. No obstante, la titular del juzgado de Instrucción de Valencia encargada de la tramitación de la denuncia lo desestimó por considerar que "no es urgente" su adopción, dado que los hechos denunciados vienen produciéndose desde el mes de febrero y se trata, en su caso, de un delito permanente prolongado en el tiempo.
Durante la marcha, los manifestantes han aludido en tono irónico a la denuncia del PP para anular la protesta pidiendo "una ayudita" para hacer frente a la misma.
De la misma manera, algunos de los dirigentes políticos presentes en la manifestación lamentaron el intento del PPCV de impedir la marcha. En este sentido, Jorge Alarte señaló que este intento ha sido "inadmisible" y que el propio presidente del PP, Mariano Rajoy, "debería dar explicaciones" al respecto.
Asimismo, Matamales ha insistido en que estamos en un Estado de Derecho y que la denuncia es "un síntoma del nerviosismo del PP porque hay miles de valencianos que están abriendo los ojos sobre la situación de la Comunitat Valenciana, cuyo responsable es Camps y su gestión".
EL PP CRITICA LA MARCHA "CATALANISTA E INDEPENDENTISTA"
El vicesecretario de Organización del Partido Popular de la Comunitat Valenciana, David Serra, ha asegurado hoy que la manifestación celebrada en Valencia convocada por el Col·lectiu contra la Corrupció "es catalanista e independentista, y en contra de la Comunitat Valenciana".
En un comunicado, Serra ha criticado que el secretario general del PSPV-PSOE, Jorge Alarte, y los partidos de la oposición se hayan "querido exhibir con orgullo al lado de aquellos que siempre están en contra de esta tierra, de sus ciudadanos y de sus intereses".
A su juicio, la oposición demuestra una vez más que "no están preparados para velar por los intereses de los valencianos", ya que para ellos "lo más importante es la salir en la foto abanderando una campaña de insultos e injurias para hacerse de notar".
Toxo aboga por cambiar la "cultura del despido" que ha precipitado la destrucción de millones de empleos en España
Dice que el diálogo para la reforma de la negociación colectiva "avanza a buen ritmo"
28-03-2011. El secretario general de CCOO, Ignacio Fernández Toxo, ha afirmado hoy en rueda de prensa en Pamplona que las negociaciones que están manteniendo CCOO y UGT con las organizaciones empresariales para la reforma de la negociación colectiva "avanzan a buen ritmo", y al respecto ha abogado por sustituir la "cultura del despido" por una flexibilidad en la organización del trabajo pactada entre empresarios y sindicatos que permita conciliar los intereses de trabajadores y empresarios.
Ignacio Fernández Toxo
Así, el secretario general de CCOO ha contrapuesto que la flexibilidad se articule "a partir de un incremento del poder discrecional del empresario" a un "gobierno compartido de la flexibilidad" que "permitiría ir abandonando progresivamente la cultura del despido en España, que tanta incidencia está teniendo en la crisis económica, y que ha precipitado la destrucción de millones de empleos en España". Además, Toxo ha explicado que también "hay escollos en la ultra actividad del convenio", ya que "una parte de las empresas apuesta por que el convenio tenga una vigencia temporal limitada y nosotros defendemos que los conflictos que puedan producirse en la negociación de los convenios han de resolverse entre las partes y en última instancia apelando al arbitraje".
Por otro lado, el secretario general de CCOO ha afirmado que CCOO y UGT esperan poder presentar sobre el 15 de mayo la iniciativa legislativa popular para revertir la reforma laboral. Por ello, en las próximas semanas, ha destacado, intensificarán el proceso de recogida de firmas para avalar la iniciativa.
Toxo ha aseverado que "la reforma laboral no está ayudando a crear empleo ni a reducir la temporalidad". "A partir de la reforma, la temporalidad ha crecido en España. El escaso empleo que se genera de forma muy mayoritaria lo es de carácter temporal", ha señalado.
Declaración de CC OO y UGT sobre la Cumbre de Primavera del Consejo Europeo
El gobierno económico de la UE no puede dejar de lado el empleo y el modelo social
28-03-2011. Para CCOO y UGT las conclusiones de la Cumbre de primavera del Consejo Europeo, celebrada durante los días 24 y 25 de marzo, vuelven a ser profundamente decepcionantes.
Así, la Declaración de los sindicatos españoles dice:
"El conjunto de decisiones y orientaciones del Pacto por el euro y el Plan de gobernanza definen una política y un modo de gobernar la UE, en lo económico y social, basado en:
- La absoluta primacía de los objetivos del Pacto de Estabilidad, sobre déficit y deuda públicos, a cuya consecución en un breve plazo de tiempo deben someterse todos los gobiernos a través de durísimos planes de ajuste presupuestario. Para los actuales responsables políticos, gobernar económicamente Europa parece ser, ante todo, vigilar, controlar y castigar a los Estados miembros que se aparten de esos objetivos. Los castigos serán fuertes multas que aumentarían sus déficits.
- Las prescripciones sobre competitividad y estabilidad financiera se orientan inequívocamente a la reducción de las prestaciones sociales y de la calidad de los servicios públicos fundamentales y a la reducción del empleo en estos últimos.
- El fomento de la competitividad de las economías europeas, especialmente de las periféricas, a través de la reducción de los costes salariales y laborales y el debilitamiento de la negociación colectiva. Las alusiones que, en las conclusiones del Consejo, se hacen a los factores que realmente pueden fortalecer, de modo permanente, la productividad y la competitividad -educación y formación profesional, I+D+i, etc.- son de mero trámite, no sólo por su brevedad y su carácter genérico sino por el hecho de que los recortes presupuestarios impuestos están haciendo disminuir la inversión pública en estos capítulos en muchos países de la UE, España entre ellos.
- La creación de empleo se presenta como consecuencia de las reformas de los mercados laborales, que impulsen la flexiguridad, y nunca a medida alguna que potencie la inversión y el crecimiento económico. Y esto es un profundo error. Es bien sabido que las reformas laborales, por sí solas, no crean empleo, como ha vuelto a demostrar la reciente reforma en España.
El Consejo sigue sin abordar, con seriedad y firmeza, la gestión de la crisis de las deudas soberanas mediante un conjunto de medidas, a corto y medio plazo, eficaces y que aseguren la sostenibilidad financiera futura de los países. Mientras que Portugal está en una situación límite, no se aprobó la decisión más urgente que debía adoptarse: el aumento de la capacidad de préstamo efectiva del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF) a 470.000 millones de euros. Lo dejó para junio. Eso sí, estableció ya los elevados tipos de interés de los préstamos del nuevo mecanismo, el MEDE, que deberá sustituir al FEEF a partir de 2013. Tampoco ha adoptado otras medidas de apoyo urgente que permitieran hacer bajar los tipos de la deuda portuguesa en los mercados. Una vez más, el Consejo llega tarde y mal a un nuevo episodio de la crisis de las deudas soberanas. Su actuación es un factor que alimenta esta crisis que, al mismo tiempo, sirve de justificación para agudizar la orientación neoliberal de sus políticas. Si el FEEF fuese un mecanismo que asegurase realmente la estabilidad financiera y la sostenibilidad futura de las finanzas públicas, de un modo solidario, ¿cómo es posible que los gobiernos, antes el irlandés y ahora el portugués, se resistan tan fuertemente a acudir a él?
De nuevo, es el olvido, o la completa subordinación, de los estímulos al crecimiento y la creación de empleo la principal crítica que se puede hacer a las decisiones del Consejo Europeo. Cuando el número de parados de la UE supera los 23 millones y no se vislumbran, a corto plazo, tendencias claras de reducción de su número esto es injustificable.
Para CCOO, UGT y la CES las medidas prioritarias de la política y del gobierno económico de la UE deberían ser las que impulsaran el crecimiento económico y la creación de empleo. Medidas de estímulo de la demanda -inversión y consumo- a escala europea, y de facilitación de las inversiones y su financiación.
La semana pasada, los trabajadores europeos, convocados por la CES y las centrales sindicales nacionales, volvieron a protagonizar importantes movilizaciones contra este modo de gobernar Europa. Un modo de gobernar que lleva a retrasar la salida de la crisis, prolongar el desempleo masivo, fomentar la precariedad laboral y deteriorar gravemente el Modelo Social Europeo, sin el cual la integración europea se quebrará. Para proseguir estas movilizaciones, la CES ha convocado el próximo 9 de abril una euromanifestación en Budapest, capital de la presidencia semestral de la UE.La CES, UGT y CCOO están de acuerdo en que otra forma de gobierno económico de Europa es posible y es necesaria. Preconizamos un gran acuerdo político y social europeo que:
- Dé prioridad a la recuperación de la economía y el empleo, adoptando, entre otras medidas, un plan europeo de inversiones con un monto del 1% del PIB.
- Inicie urgentemente la armonización fiscal europea y establezca, ya, un impuesto a las transacciones financieras (ITF).
- Realice una gestión enérgica y solidaria de la crisis de las deudas soberanas con, entre otras medidas, la emisión de eurobonos.
- Proceda a una completa y efectiva regulación de los mercados financieros para que cumplan su función de financiar la economía real y se termine el inaceptable espectáculo de ver que quienes provocaron la crisis siguen gobernando la economía, haciendo pagar a los trabajadores todo el coste de la misma.
- Haga alcanzar los objetivos de reducción de los déficits y deudas públicos en plazos más razonables y sobre la base del fomento de la recuperación del crecimiento, un reparto de las cargas socialmente justo y políticas fiscales y sociales avanzadas".
La apuesta por la movilidad sostenible podría emplear a casi 450.000 personas en 2020 y reducir el consumo energético en un 13%
28-03-2011. Llorenç Serrano, secretario confederal de medio Ambiente de CCOO, y Manel Ferri, responsable del Departamento confederal de Movilidad del sindicato, han presentado esta mañana en rueda de prensa el estudio "La generación de empleo en el transporte colectivo en el marco de una movilidad sostenible" elaborado por ISTAS-CCOO.
Manel Ferri y LLorenç Serrano en la rueda de prensa
En este sentido la conclusión no deja lugar a dudas, según Llorenç Serrano: "Si las distintas Administraciones apoyaran la ecomovilidad con políticas de ahorro y eficiencia energética, el número de empleos casi podrían duplicarse en 2020 - actualmente son 297.109 las personas que trabajan en el sector de la movilidad sostenible en España- y alcanzar los 443.870 puestos de trabajo".
La generación de empleo es uno de los motivos fundamentales para apostar por un modelo de movilidad basado en el transporte público y colectivo, según los datos del estudio. También, y así lo destacaron los responsables de CCOO, no es menos importante su contribución a detener el calentamiento global; mejorar la calidad del aire; evitar el despilfarro energético (se conseguiría reducir el consumo energético en un 13% en el sector del transporte); reducir la dependencia energética del exterior minimizando las importaciones de derivados del petróleo importaciones o reducir la siniestralidad derivada del uso masivo del vehículo privado, entre otros criterios.
"El transporte basado en el vehículo privado no es la mejor solución", ya que se trata de un modelo caro desde el punto de vista energético y con graves impactos para la salud. Por ello, "debe reorientarse nuestro modelo de movilidad cotidiana hacia el transporte público y colectivo", concluyó Serrano, quien subrayó, que éste debe suponer "una alternativa de calidad", y que por tanto tiene que "tener en cuenta lo que demandan los ciudadanos en cuanto a los desplazamientos: el tiempo y la frecuencia, la comodidad y el precio, por este orden".
El espacio laboral actual se encuentra en continuo cambio, las organizaciones se enfrentan con múltiples retos y dificultades, además de las propias del trabajo en sí: globalización, nuevas tecnologías, fusiones y diferencias culturales, cambios en las necesidades y valores tanto de los clientes como de los empleados y una constante demanda de eficacia y eficiencia. Las organizaciones deben adaptarse para poder ser competitivas y más especialmente en tiempos de crisis. Todos estos cambios están afectando al bienestar y a la salud de la población trabajadora con repercusiones en la economía (European Agency for Safety and Health at Work, 2009). Dada esta situación, las organizaciones han adoptado tradicionalmente una estrategia reactiva basada en la resolución de problemas. En contraste, existiría un enfoque o estrategia proactiva basada en el desarrollo y el crecimiento, cuyo objetivo sería permitir y alcanzar el mayor potencial de la organización y de sus empleados. Este enfoque positivo no es precisamente común en el entorno laboral, como tampoco lo es dentro de la propia psicología, a pesar de que, ya a principios de 1946, la Organización Mundial de la Salud definió la salud como "un estado de completo bienestar físico, mental y social y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades". Sin emabrgo, no ha sido hasta que Seligman y Csikszentmihalyi (2000), oficialmente, inician el enfoque de la psicología positiva, que comenzara una investigación sistemática. Lo mismo puede decirse dentro del campo de las organizaciones.
Desde la última década, la psicologia positiva está tomando cada vez un mayor protagonismo, tanto en el ámbito teórico investigador como en el aplicado. Es por ello que resulta relevante hacerse las siguientes preguntas: ¿ Pueden realmente obtenerse ganancias mutuas de desarrollo y crecimiento tanto para la organización como para sus empleados ? Y , por otro lado, ¿ uál es el estado de la questión al respecto en cuanto a desarrollo teórico, investigación y aplicaciones ? Precisamente para intentar dar respuesta a las mismas se realizó un trabajo de revisión sobre los últimos avances en psicologia positiva dentro del mundo organizacional.
Sobre la base de esta revisión realizada a partir de 154 artículos, los distintos estudios analizados señalan que las prácticas positivas dentro de la organización que favorecen el desarrollo y el crecimiento de los empleados se relacionan positivamente con los resultados deseables de la organización como es, entre otros, el rendimiento. Por ejemplo, el clima y las prácticas positivas dentro de la organización (Ozcelik, Langton y Aldrin, 2008), el liderazgo de servicio y transformacional (van Dierendonck y Nuijten, 2010), el capital psicológico positivo (Luthans, Avolio, Avey y Norman, 2007), la flexibilidad psicológica (Bond, Flaxman y Bunce, 2008), la satisfacción de los trabajadores (Judge, Thoresen, Bono y Patton, 2001), el bienestar psicológico de los trabajadores (Wright, Cropanzano y Bonett, 2007), el compromiso (Bakker y Leiter, 2010), la experiencia de fluir (Demerouti, 2006) entre otros, predicen positivamente el rendimiento de los trabajadores. En otras palabras, la adopción de un enfoque de desarrollo y crecimiento de la persona en el contexto de trabajo parece estar asociado con un aumento de las ganancias de la organización.
De las conclusiones de estos estudios, se pueden derivar una serie de implicaciones prácticas recomendables:
- Habilitar el desarrollo de un clima y unas prácticas organizacionales positivas, por ejemplo, ofrecer recursos para facilitar el equilibrio trabajo-familia (horarios flexibles, semana laboral comprimida, el teletrabajo, las instalaciones de guarderías, etc.), introducir programas de tutoría, facilitar la recuperación con tiempos de descanso adecuados y días de descanso, promocionar la generación de un clima de apoyo entre los empleados, etc.
- Analizar las características de los puestos de trabajo y de los recursos, promoviendo retos y desafíos en lugar de obstáculos buscando, así como la motivación, el compromiso y la facilitación de la experiencia de fluir.
- Seleccionar los coordinadores y los directores teniendo en cuenta sus características como líderes de servicio y/o transformacionales (no sólo las diferencias individuales, sino también sus relaciones dentro de la dinámica social) y, por otro lado, promover igualmente la emergencia natural y la formación de estos dos tipos de liderazgo.
- Realizar intervenciones para mejorar el capital psicológico y la flexibilidad psicológica de los empleados mediante distintas técnicas como las provenientes de la terapia de aceptación y compromiso (ACT) aplicada al trabajo.
Las distintas acciones relatadas ayudarían no sólo al crecimiento sino también a la prevención, lo que puede repercutir en el ahorro de futuros costes en salud. Por otro lado, es importante ser conscientes de que el objetivo es el desarrollo y el crecimiento, no simplemente la "positividad" o la acentuación de lo positivo per se, pues incluso un aspecto que podría decirse negativo (por ejemplo, ciertos niveles de estrés) puede ser percibido como un reto y, por lo tanto, convertirse en algo que permita el desarrollo y el crecimiento.
Por último, es importante no olvidar que un desarrollo más teórico, una mayor definición conceptual y un modelo de integración son necesarios. Para ello, habría que promover la integración de los diferentes enfoques, modelos, etc., que están siendo utilizados y/o estudiados. También sería conveniente la diversificación de los procedimientos metodológicos, así como una mayor investigación aplicada. En este sentido, una posible línea de investigación podría discernir en qué medida el crecimiento mutuo puede ser cultivado en su conjunto de manera síncrona, examinando las relaciones mediante análisis multi-nivel, teniendo en cuenta tanto los resultados negativos como los positivos. Si la investigación futura presta atención a las carencias mencionadas, creemos que el enfoque de la psicología positiva o de crecimiento en las organizaciones podría reemplazar el actual status quo del enfoque del déficit, obteniendo no sólo ganancias para organización, sino también el crecimiento, desarrollo y satisfacción de los empleados.
Raquel Rodríguez-Carvajal, Bernardo Moreno-Jiménez, Sara de Rivas-Hermosilla, Abraham Álvarez-Bejarano y Ana Isabel Sanz-Vergel
Universidad Autónoma de Madrid
viernes, 25 de marzo de 2011
lunes, 21 de marzo de 2011
Como habéis podido leer, uno de los puntos del día para la asamblea del próximo Sábado 26 de Marzo de 2011, hace referencia a la elección de delegad@ sindical. Cuando Pepe Mascarell sugirió en una asamblea a finales de 2010 que Julián Almendro debería ayudar a la sección sindical, a preparar las elecciones sindicales, ocupando el cargo de delegado sindical, este estuvo de acuerdo, pero haciendo hincapié en que una vez pasadas las elecciones debería poner el cargo a disposición de la sección sindical. Hasta este momento no hemos tenido tiempo de organizar una asamblea de afiliad@s, así que en la del día 26, el cargo quedará a disposición de la sección sindical. Cualquier persona interesada podrá proponer su candidatura en la asamblea. Si por cualquier motivo, no pudiera asistir pero si tuviera interés de presentarse, puede ponerse en contacto con cualquier miembro de la Sección Sindical en el comité de empresa antes del Sábado 26.
Un saludo.
Reflexiones ante el séptimo de caballería
20.03.2011 · Juan José Téllez
La realidad imita a Hollywood. Cuando los insurgentes libios parecían acorralados por Sitting Bull, llega el Séptimo de Caballería para intentar impedir que mueran con las botas puestas o simplemente descalzos. Los insurgentes y los otros libios a los que ha cogido en medio del saloon el fuego cruzado entre el gunmen Gadafi y los cowboys del desierto.
El Consejo de Seguridad de la ONU –el mismo que suele hacerse el longuis cuando Israel masacra a la franja de Gaza– acordó impedir que el coronel libio haga otro tanto con su propio pueblo. Algo es algo. Justicia selectiva, pero justicia a fin de cuentas.
Tras largos debates y cuando todo parecía perdido para los rebeldes –una amalgama de gente cabreada con Gadafi, entre quienes figuraban demócratas de diverso cuño, gente corriente cansada de las excentricidades y abusos de su líder, monárquicos nostálgicos de un antiguo rey, islamistas a un cuarto de hora de la yihad, primos de Al Qaeda y cuñados de los intereses occidentales en la región–, Naciones Unidas acordó una resolución que autorizaba el uso de la fuerza militar justo cuando las fuerzas leales y los mercenarios contratados por el coronel que llegó al poder después de un golpe de Estado en 1969, estuviera a las puertas de Bengasi.
El insólito órdago de Naciones Unidas, plusmarquista en lavarse la mano como Pilatos, no arredró a Muamar, que por toda respuesta se dedicó a intentar conquistar Bengasi antes de que medio mundo le conquistase a él. La resolución de los quince miembros del Consejo de Seguridad incluye la célebre zona de excusión aérea que, por sí misma, hubiera sido una buena medida cautelar hace una semana, antes de que la aviación machacara al pueblo libio como ha venido ocurriendo sin que nadie moviera una ceja, mientras Silvio Berlusconi miraba la balanza de pagos de Italia con dicho país y mientras Nicolás Sarkozy tragaba saliva ante la acusación explícita de que Trípoli hubiera pagado su campaña electoral: más leña al fuego para la victoria de Jean Marie Le Pen en las próximas elecciones francesas previstas para otoño.
A la zona de exclusión, ha seguido un ataque multilateral aliado en el que España se ha brindado a participar y un dispositivo de OTAN, que aunque mantiene dudas sobre la zona de exclusión aérea por las presiones de Turquía fundamentalmente, apuesta abiertamente por el embargo naval contra Trípoli. Se trata, a grandes rasgos, de intentar poner contra las cuerdas a Gadafi antes de que Gadafi ahorque con esas mismas cuerdas a su propia gente. En la capital rebelde, los gritos de algarabía parecían desmentir la hipótesis de que se tratase de una injerencia no deseada por parte de la población insurgente.
¿Lo es? Nadie en su sano juicio podrá creer que eso que llamamos la comunidad internacional se alza en armas por la exclusiva defensa de los valores democráticos. Claro que existen otros intereses y no hay más que ver los gráficos sobre el potencial armamentístico en la región para descubrir que el verdadero sheriff del Mediterráneo sigue siendo Estados Unidos a pesar de que Milwakee no limite con el mar de Alborán.
Sin embargo, aquellos que nos opusimos a la guerra de bloques, y no nos gustaba ni la Alianza Atlántica ni el Pacto de Varsovia, sigue sin gustarnos el nuevo orden mundial basado en la exclusiva supremacía de uno de aquellos bandos, a pesar de que los bárbaros de Bin Laden acechen en el Ponto Euxino del Imperio. Dicho esto, ¿qué alternativas tenemos frente a la OTAN y sus socios, una organización de la que formamos parte desde hace ahora treinta años, aunque el referéndum correspondiente tuviera lugar un lustro después? Durante la guerra de los Balcanes, que en muchos de sus escenarios no fue una guerra sino una matanza, la acción militar de la OTAN puso punto final a una espiral de barbarie a las puertas europeas. Claro que ni Europa ni Estados Unidos eran angelitos caídos del cielo y no actuaban guiados en exclusiva por su compasión hacia las mujeres violadas y los niños torturados por un puñado de salvajes. Pero, ¿hubiéramos debido permitir acaso que, salvadas sean todas las distancias, el Tercer Reich se hiciera con el norte de Africa, sin que los aliados movieran un dedo por la simple razón de que estos tenían sobrados intereses colonialistas en esa misma región?
Dicho esto, Libia no deja de ser un negocio lucrativo que muchas manos se disputan: 1.600.000 barriles de petróleo diarios, un PIB que se aproxima a 76.557 mil millones de dólares, con incremento anual de 6,7%. Más exportaciones anuales por valor de 63.050 millones de dólares, que sumados a 11.500 millones en importaciones, suponen una balanza de pagos más que saneadas, con reservas anuales de 200.000 millones de dólares, con una ridícula deuda externa de 5.521 millones. A pesar de todo ello, también es justo decir que frente a un estrechísimo margen de analfabetismo apenas superior al 5 por ciento y con indicadores de salud relativamente aceptables, aún se registra un 30 por ciento de pobreza, lo que da cuenta de un mal reparto de la riqueza. Como en medio mundo, dicho sea de paso.
La OTAN, desde luego, no es la solución. Antes bien, forma parte del problema, aunque esté bien que ahora venga a meterle las cabras en el corral a ese loco peligroso de Gadafi. Pero, ¿por qué no hace lo mismo con los psicópatas de Jerusalén? ¿Por qué tampoco Naciones Unidas actúa de la misma forma? La respuesta es sencilla: resulta a veces imposible hacer encaje de bolillos con su consejo de seguridad.
Hay una diferencia, la OTAN es prescindible e incluso nuestros militaristas entienden que Europa debería tener su propio aparato defensivo, aquella Unión Europea Occidental (UEO), que se apurgara en el baúl de los recuerdos. Policía bueno, policía malo, policía al fin de de cuentas.
Sin embargo, la ONU es nuestro último clavo ardiendo. Sin dicha organización, el caso estaría servido y el mundo sería la ley de la selva sin ningún tipo de mínimas cortapisas. Todos sabemos que en dicho contexto, siempre gana el más fuerte. La auténtica batalla –y la más difícil– estriba en democratizar la ONU e intentar presionar para que su Consejo de Seguridad no constituya un cepo para la voluntad libertaria de los seres humanos que, de vez en cuando y sin que sirva de precedente, no se muestran dispuestos a seguir aguantando que les pisen el cuello. Ni los sioux ni el gran padre blanco.
Modelo salarial y competitividad
RAMÓN GÓRRIZ Y TONI FERRER 13/03/2011
Las recientes y reiteradas peticiones de desvincular los salarios de la inflación, promovidas por el Banco Central Europeo, la canciller alemana Merkel, el Banco de España o "influyentes" grupos de 100, no son recetas nuevas. Suponen la continuidad, independientemente de la coyuntura, del neoclásico discurso de política monetaria que busca flexibilizar los salarios a la baja.
Pretender desvincular los salarios de la inflación supone romper con el mecanismo de determinación salarial de la práctica totalidad de países europeos. La productividad no aparece como referencia en todos los países, mientras la inflación es el indicador principal en la mayoría a la hora de fijar los salarios, según un informe del BCE.
Nuestro modelo salarial ha demostrado servir tanto en épocas de crisis (surgió como respuesta a la elevada inflación tras la crisis del petróleo) como en las de bonanza.
Ceder el protagonismo exclusivo a la productividad significa desconocer la realidad de nuestra economía, pues tiene un comportamiento claramente contracíclico. Durante las fases expansivas, la productividad del trabajo muestra crecimientos moderados, mientras que en recesión aumenta el ritmo de crecimiento, máxime tras el estallido de la burbuja inmobiliaria.
El actual Acuerdo para el Empleo y la Negociación Colectiva 2010-2012 ha consolidado la compatibilidad de ganar poder de compra (que las subidas salariales sean superiores a la inflación de forma moderada, de media un 0,6% entre 2001 y 2010), con el reparto negociado de los aumentos de productividad. Entre 1996-2009, el crecimiento de ambas rentas se ha situado en el 0,1% a favor del excedente empresarial.
Si se pretende lograr la convergencia real con Europa, la evolución de los salarios ha de ser superior a la de nuestros socios europeos, pues el sueldo medio español es inferior al de otros países europeos. De lo contrario, la mejora de competitividad no podrá realizarse a través de factores estructurales del crecimiento, pues una débil y deteriorada capacidad adquisitiva merma el consumo y la inversión y, en consecuencia, el crecimiento a corto y largo plazo.
El modelo productivo español (excesiva dependencia energética, tejido productivo insuficiente, servicios escasamente avanzados hacia actividades con mayor valor añadido, excesivo aumento de precios) ha lastrado la capacidad de competir de los bienes y servicios. No es el ajuste salarial lo que confiere competitividad a una economía, sino su capacidad de crear empleo de calidad (formando a los trabajadores), basado en salarios dignos, en la reducción de la desigualdad salarial; y la búsqueda empresarial de calidad, diseño e innovación, incorporación de nuevas tecnologías y atención al medio ambiente. Sólo así las economías serán productivas y podrán competir y sobrevivir en el largo plazo.
Los sucesivos acuerdos de negociación colectiva han seguido el criterio de buscar alzas salariales que permitieran ganar poder adquisitivo de acuerdo a la productividad. Se establecía una subida inicial calculada con el objetivo de inflación y el porcentaje relacionado con la productividad real para, al final del año ajustar el resultado con la evolución cierta de los precios. Esta fórmula protege la negociación salarial sin presionar automáticamente los precios, ya que de cumplirse el objetivo de inflación no se pone en marcha la cláusula de garantía; y en caso de activarse es por una ineficiente determinación de los precios por parte de quienes tienen posibilidad de hacerlo.
Este modelo ha contribuido a reducir la inflación, a mantener la demanda agregada, a pactar vigencias en los convenios más largas y a evitar la individualización.
Un modelo salarial que contemple la evolución de precios y el aumento negociado de productividad es útil, en cada momento del ciclo, para empresarios y trabajadores, y mejora la competitividad y el empleo.
Ramón Górriz y Toni Ferrer son secretarios de Acción Sindical de CC OO y UGT respectivamente.
EMPIEZO A SALIRME CON LA MÍA EN ESO DE LOS COMITÉS
La reforma del mercado de trabajo llevada a cabo por la Ley 35/2010, de 17 de septiembre, dejó aparcada la relativa a nuestro sistema de negociación colectiva, al ser este un aspecto absolutamente vertebrador del modelo de relaciones de trabajo cuyos artífices deberían ser los propios interlocutores sociales, organizaciones sindicales y empresariales más representativas, que son, en definitiva, los constructores y aplicadores del sistema negocial de condiciones de trabajo. El plazo dado a dichas organizaciones expira el próximo día 19 de marzo, y de no alcanzar acuerdo al respecto, podrá intervenir el Gobierno estableciendo unilateralmente los contenidos de dicha reforma.
La estructura de la negociación colectiva responde a un esquema complejo que ha ido tejiéndose y consolidándose a medida que la actuación y la interlocución de los agentes negociadores han ido alcanzando experiencia y madurez. En el momento actual, tratar de articular la negociación colectiva de condiciones de trabajo de la mayor parte de la población trabajadora en este país a través de la potenciación de los convenios colectivos de empresa encierra una opción de una radicalidad inexplicable, al constituir, de forma meridianamente clara, la desvertebración del sistema negocial y la fragmentación del régimen de condiciones de trabajo. Si al fortalecimiento del convenio empresarial le acompaña la propuesta de desaparición de convenios colectivos supraempresariales (provinciales o autonómicos) por la complejidad que esos niveles, se dice, entrañan, y se complementa con el mantenimiento de los convenios sectoriales de ámbito estatal, la desarticulación negocial empezaría a estar asegurada. Porque los convenios de sector estatal, prácticamente, se limitan a la articulación de los niveles inferiores de negociación y a establecer contenidos mínimos en limitadas materias relativas a condiciones de trabajo. Por el contrario, la negociación colectiva supraempresarial de ámbito inferior al estatal, con independencia del nivel que se escoja, ha desarrollado y, sin duda, puede seguir desempeñando un papel relevante de determinación y objetivación de condiciones de trabajo, como voces empresariales han reconocido.
Para las empresas, en especial para las pymes, el convenio provincial o autonómico puede constituir una importante herramienta de solución de aspectos y condiciones que a nivel empresarial serían de difícil determinación, lo que no restaría eficacia al objetivo de adaptabilidad de su contenido a la realidad económico-empresarial. Ha de recordarse sobre este extremo que la Ley 35/2010 introdujo importantes dosis de flexibilidad interna, permitiendo que el empresario adopte medidas de modificación de condiciones de trabajo pactadas y proceda al descuelgue salarial respecto de lo establecido en convenios de ámbito superior en situaciones de crisis o dificultad económica. Y por lo que a los arbitrajes se refiere, en cuanto fórmula de resolución de discrepancias por la aplicación del convenio colectivo, difícilmente y como regla general pueden tener carácter obligatorio, en la medida en que una fórmula de ese calibre lesionaría la libertad sindical y la autonomía colectiva de representantes de los trabajadores y de los empresarios, conforme señala la Constitución y ha avalado el Tribunal Constitucional. El arbitraje es una fórmula de hetero-composición de los conflictos y discrepancias laborales, por lo que representa un retroceso en los avances que podría arrojar el ejercicio maduro y responsable de las facultades inherentes a la autonomía colectiva, de modo que, siendo el arbitraje una fórmula jurídicamente viable, encierra, sin embargo, un cambio en nuestro modelo de negociación colectiva, hasta ahora basado en la gestión y administración del convenio por órganos paritarios.
Es preciso, asimismo, acabar con la dualidad del tipo de representación de los trabajadores en la negociación colectiva empresarial y reconocer legitimación negocial a las organizaciones sindicales en razón de su representatividad, para dotar al régimen de coherencia y uniformidad en la determinación de los sujetos negociadores. Por otra parte, los convenios colectivos de ámbito superior a la empresa tienen unas reglas de legitimación perfectamente adecuadas a exigencias de base constitucional, esto es, son negociados por sujetos de muy amplia base representativa, como son las organizaciones sindicales y empresariales más representativas con carácter general. Por consiguiente, desplazar la obligatoriedad del convenio colectivo no sobre la base de criterios de la representatividad que ostentan los sujetos que los negocian, sino sobre el número de empleados y número de empresas afectadas por el convenio, alteraría de forma radical las bases constitucionales del sistema de relaciones de trabajo.
En la determinación y composición del salario, así como en la fijación de mecanismos susceptibles de ser utilizados para asegurar su evolución atendiendo, al propio tiempo, a otros factores relevantes, como son la productividad y el empleo, la propuesta de vincular exclusivamente salarios con productividad encierra una operación muy delicada, por no decir, abiertamente, arriesgada. En primer lugar, el desarrollo de nuestra negociación colectiva no ha conocido hasta ahora un sistema de medición o cuantificación de esta naturaleza, por lo que no existen parámetros de medición objetiva ensayados y experimentados. Ligar, por el contrario, salarios con evolución del IPC ha comportado indudables ventajas, entre las que cabe destacar el aseguramiento de un poder adquisitivo en la contraprestación retributiva en la relación de trabajo. Ello, a su vez, repercute en el consumo y contribuye a dinamizar la economía. En segundo lugar, hacer depender los costes salariales de los niveles de productividad comporta, entre otros, el efecto de infligir a los trabajadores más sufrimiento: desde soportar en su salario las consecuencias de una deficitaria o mala gestión empresarial hasta el generalizado deterioro económico y empobrecimiento de la población trabajadora, especialmente en un momento como el actual de progresiva ascensión del IPC y previsible subida de los tipos de interés, con el consiguiente riesgo de disparo de la inflación.
El último de los núcleos duros de la reforma de la negociación colectiva lo constituye la denominada "ultraactividad" de los convenios colectivos, o la continuidad de la aplicación de sus condiciones objetivas de trabajo, una vez denunciado y abierto el periodo de renegociación del nuevo convenio que sustituirá al anterior. A la ultraactividad convencional se le imputa el efecto de producir inercia en el proceso de negociación para alcanzar un nuevo convenio. El motivo de su rechazo radica, fundamentalmente, en la falta de adecuación de los costes salariales y de la jornada de trabajo a las nuevas realidades de la actividad económica mientras se está sustanciando el procedimiento negociador. Pero nada se dice, y falta por analizar, el grado de indeterminación, inseguridad y, por consiguiente, de conflictividad que puede generar en nuestro sistema de relaciones de trabajo el limbo jurídico a que conduciría la supresión del efecto ultraactivo, al desaparecer todo marco objetivo de condiciones de trabajo.
Los postulados de reforma del sistema de negociación colectiva no solo deben atender criterios de eficacia y eficiencia económica, sino que, igualmente, están llamados a atender principios de cohesión económica y social, como presupuestos indispensables para asegurar su viabilidad y correcta aplicación. Estas propuestas que aquí se efectúan tratan de dar respuesta a un ejercicio de responsabilidad en momentos como los actuales en que es preciso ofrecer fórmulas de equilibrio para que la negociación colectiva sea un instrumento útil en la creación de empleo y dé sostén a un marco estable de condiciones de trabajo a fin de contribuir a la recuperación económica. Las organizaciones sindicales y empresariales en estos momentos están responsablemente llamadas a aproximar posturas y alcanzar acuerdos.
Firman este artículo Margarita Ramos Quintana (Universidad de La Laguna), José Luis Monereo Pérez (Universidad de Granada), Antonio Baylos Grau (Universidad de Castilla-La Mancha), María Amparo Ballester Pastor (Universidad de Valencia), Manuel Álvarez de la Rosa (Universidad de La Laguna), José Luján Alcaraz (Universidad de Murcia), Jaime Cabeza Pereiro (Universidad de Vigo), Julia López López (Universidad Pompeu Fabra Barcelona), Jesús Galiana Moreno (Universidad de Murcia), Eduardo Rojo Torrecilla (Universidad Autónoma de Barcelona), Teresa Pérez del Río (Universidad de Cádiz), Juan López Gandía (Universidad Politécnica de Valencia), Joaquín Aparicio Tovar (Universidad de Castilla-La Mancha), María Nieves Moreno Vida (Universidad de Granada), Rosa Quesada Segura (Universidad de Málaga), José Luis Goñi Sein (Universidad Pública de Navarra), Gloria Rojas Rivero (Universidad de La Laguna) y Carlos Alfonso Mellado (Universidad de Valencia).
Radio Parapanda. MISCELANEA PORTUGUESA
domingo, 20 de marzo de 2011
Hablemos de productividad
La aceptación de aumentar el Fondo de Rescate hasta 440.000 millones de euros para respaldar la deuda pública de países con riesgo de insolvencia tenía su cruz. En la medida que los esfuerzos financieros de ese fondo provendrán principalmente de Alemania, la canciller Merkel, junto con el solícito Sarkozy, han propuesto un supuesto pacto por la competitividad. Este contiene alguna propuesta interesante, aunque insuficiente, como la búsqueda de un cálculo común para el impuesto de sociedades a escala europea. Para evitar una permanente devaluación fiscal, no sólo debe homogeneizarse la definición de su base imponible, sino también de sus tipos. En palabras del economista alemán H. W. Sinn, “con una armonización planificada colectivamente, en lugar de una forzada por la competencia entre sistemas fiscales, Europa no tendrá que renunciar a sus logros sociales y no tendría que sufrir las distorsiones de origen fiscal”.
Sin embargo, el centro del debate se sitúa en la polémica propuesta de la eliminación del sistema de indexación de salarios
–que posibilita el mantenimiento del poder adquisitivo de las rentas del trabajo– y su sustitución por un modelo que vincule los crecimientos salariales (nominales) al incremento de la productividad. Esta propuesta, de aceptarse, supondría la institucionalización de un mecanismo de “ajuste salarial permanente”.
Según datos de la Comisión Europea, el crecimiento de la productividad en España –definida esta como el PIB real por hora trabajada– durante la década de los noventa ha sido del 1,5% anual, y del 1% durante la década de 2000. Sin embargo, el crecimiento medio de la inflación durante esas décadas fue del 4,2% y del 3% respectivamente. Si en estas últimas dos décadas se hubiese arbitrado un mecanismo como el del plan de competitividad, la pérdida de capacidad adquisitiva de los salarios españoles hubiese sido aún mayor.
De hecho, los salarios reales en España han crecido durante las últimas dos décadas por debajo de la productividad. Esta es la razón por la cual los costes laborales unitarios –que relacionan salario medio y productividad– se han reducido un 10% desde 1990 hasta hoy.
Los representantes de la CEOE que reclaman ligar salarios (nominales) y productividad pretenden, al igual que el Banco de España, acabar con las cláusulas de revisión y aumentar con ello el peso de las rentas del capital en el PIB. Nada nuevo bajo el sol: en los últimos 25 años, los 40.000 españoles más ricos han pasado de poseer el 2% de la riqueza nacional al 4%, sobre todo por ganancias de capital. Los ajustes frente a la crisis vuelven a intentar repercutirse sobre los y las trabajadoras, en este caso no ya por la vía del empleo, sino de la depresión salarial.
Además, si se tomara de referencia salarial la productividad en el ámbito de las empresas, nos encontraríamos con que esta no sólo depende de la competitividad de sus productos, sino también de su poder de mercado y de otros factores contextuales (infraestructuras, nivel tecnológico, innovación organizativa y comercial, economías de escala interempresariales, provisión de servicios públicos en el entorno, prosperidad del mercado en el que se mueve, etc.).
Hacer una negociación colectiva descentralizada sobre los salarios en función de la productividad de las empresas estaría abriendo la brecha salarial entre los trabajadores de sectores oligopólicos (por ejemplo, financiero, producción eléctrica, fabricación de automóviles) y el resto, lo que conllevaría que el ajuste se propicie contra las plantillas del tejido empresarial más débil, reforzando la recesión.
Otra cosa sería que, partiendo de un suelo digno (salarios mínimos sectoriales que deberían actualizarse en relación con la evolución del poder adquisitivo), se desarrollen instrumentos para disputar la generación de riqueza producida en las empresas. La participación colectiva de los trabajadores en las decisiones empresariales podría implicar una mejora de la productividad de las mismas si incrementara el volumen de beneficios no distribuidos a los accionistas, reinvirtiéndolos en actividades de I+D+i que impulsen un cambio del modelo tecnoproductivo en clave de sostenibilidad y en la formación de los trabajadores. Las fórmulas de participación de los trabajadores en sus empresas pueden ser diferentes, unas pueden cuestionar el modelo socioeconómico y otras moverse en el existente.
El último Gobierno de Olof Palme impulsó en Suecia los Fondos de Inversión de los Asalariados. Una parte añadida al salario se remunera en acciones, que se sindican colectivamente, lo que posibilita influir o bloquear determinadas decisiones, reducir la presión sobre los salarios y una cierta defensa para los trabajadores en tiempos de crisis. Los fondos garantizan un núcleo estable de capital, reduciendo la dependencia del capital impaciente que exclusivamente busca incrementar el reparto de dividendos.
Impulsar nuevos elementos en el modelo de negociación colectiva que armonicen al alza los derechos laborales debería ser el eje central de un pacto europeo por la competitividad favorable a una mayoría social. La generación de riqueza en una sociedad basada en el conocimiento, como quiere ser la sociedad europea del siglo XXI, sólo puede sustentarse en la democratización de la economía.
Bruno Estrada es Economista. Director de Estudios de la Fundación 1º de mayo
*También firman este artículo Daniel Albarracín, Ignacio Álvarez, Manuel Garí y Bibiana Medialdea.
Ilustración de Diego Mir
martes, 15 de marzo de 2011
Elogio de la ociosidad
Bertrand Russell
(1932)
Como casi toda mi generación, fui educado en el espíritu del refrán "La ociosidad es la madre
de todos los vicios". Niño profundamente virtuoso, creí todo cuanto me dijeron, y adquirí una
conciencia que me ha hecho trabajar intensamente hasta el momento actual. Pero, aunque mi
conciencia haya controlado mis actos, mis opiniones han experimentado una revolución. Creo
que se ha trabajado demasiado en el mundo, que la creencia de que el trabajo es una virtud ha
causado enormes daños y que lo que hay que predicar en los países industriales modernos es
algo completamente distinto de lo que siempre se ha predicado. Todo el mundo conoce la
historia del viajero que vio en Nápoles doce mendigos tumbados al sol (era antes de la época
de Mussolini) y ofreció una lira al más perezoso de todos. Once de ellos se levantaron de un
salto para reclamarla, así que se la dio al duodécimo. Aquel viajero hacía lo correcto. Pero en
los países que no disfrutan del sol mediterráneo, la ociosidad es más difícil y para promoverla
se requeriría una gran propaganda. Espero que, después de leer las páginas que siguen, los
dirigentes de la Asociación Cristiana de jóvenes emprendan una campaña para inducir a los
jóvenes a no hacer nada. Si es así, no habré vivido en vano. Antes de presentar mis propios
argumentos en favor de la pereza, tengo que refutar uno que no puedo aceptar. Cada vez que
alguien que ya dispone de lo suficiente para vivir se propone ocuparse en alguna clase de
trabajo diario, como la enseñanza o la mecanografía, se le dice, a él o a ella, que tal conducta
lleva a quitar el pan de la boca a otras personas, y que, por tanto, es inicua. Si este argumento
fuese válido, bastaría con que todos nos mantuviésemos inactivos para tener la boca llena de
pan. Lo que olvida la gente que dice tales cosas es que un hombre suele gastar lo que gana, y
al gastar genera empleo. Al gastar sus ingresos, un hombre pone tanto pan en las bocas de los
demás como les quita al ganar. El verdadero malvado, desde este punto de vista, es el hombre
que ahorra. Si se limita a meter sus ahorros en un calcetín, como el proverbial campesino
francés, es obvio que no genera empleo. Si invierte sus ahorros, la cuestión es menos obvia, y
se plantean diferentes casos.
Una de las cosas que con más frecuencia se hacen con los ahorros es prestarlos a algún
gobierno. En vista del hecho de que el grueso del gasto público de la mayor parte de los
gobiernos civilizados consiste en el pago de deudas de guerras pasadas o en la preparación de
guerras futuras, el hombre que presta su dinero a un gobierno se halla en la misma situación
que el malvado de Shakespeare que alquila asesinos. El resultado estricto de los hábitos de
ahorro del hombre es el incremento de las fuerzas armadas del estado al que presta sus
economías. Resulta evidente que sería mejor que gastara el dinero, aun cuando lo gastara en
bebida o en juego.
Pero -se me dirá- el caso es absolutamente distinto cuando los ahorros se invierten en
empresas industriales. Cuando tales empresas tienen éxito y producen algo útil, se puede
admitir. En nuestros días, sin embargo, nadie negará que la mayoría de las empresas fracasan.
Esto significa que una gran cantidad de trabajo humano, que hubiera podido dedicarse a
producir algo susceptible de ser disfrutado, se consumió en la fabricación de máquinas que,
una vez construidas, permanecen paradas y no benefician a nadie. Por ende, el hombre que
invierte sus ahorros en un negocio que quiebra, perjudica a los demás tanto como a sí mismo.
Si gasta su dinero -digamos- en dar fiestas a sus amigos, éstos se divertirán -cabe esperarlo-,
al tiempo en que se beneficien todos aquellos con quienes gastó su dinero, como el carnicero,
el panadero y el contrabandista de alcohol. Pero si lo gasta -digamos- en tender rieles para
tranvías en un lugar donde los tranvías resultan innecesarios, habrá desviado un considerable
volumen de trabajo por caminos en los que no dará placer a nadie. Sin embargo, cuando se
empobrezca por el fracaso de su inversión, se le considerará víctima de una desgracia
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inmerecida, en tanto que al alegre derrochador, que gastó su dinero filantrópicamente, se le
despreciará como persona alocada y frívola.
Nada de esto pasa de lo preliminar. Quiero decir, con toda seriedad, que la fe en las virtudes
del trabajo está haciendo mucho daño en el mundo moderno y que el camino hacia la felicidad
y la prosperidad pasa por una reducción organizada de aquél.
Ante todo, ¿qué es el trabajo? Hay dos clases de trabajo; la primera: modificar la disposición de
la materia en, o cerca de, la superficie de la tierra, en relación con otra materia dada; la
segunda: mandar a otros que lo hagan. La primera clase de trabajo es desagradable y está mal
pagada; la segunda es agradable y muy bien pagada. La segunda clase es susceptible de
extenderse indefinidamente: no solamente están los que dan órdenes, sino también los que
dan consejos acerca de qué órdenes deben darse. Por lo general, dos grupos organizados de
hombres dan simultáneamente dos clases opuestas de consejos; esto se llama política. Para
esta clase de trabajo no se requiere el conocimiento de los temas acerca de los cuales ha de
darse consejo, sino el conocimiento del arte de hablar y escribir persuasivamente, es decir, del
arte de la propaganda.
En Europa, aunque no en Norteamérica, hay una tercera clase de hombres, más respetada que
cualquiera de las clases de trabajadores. Hay hombres que, merced a la propiedad de la tierra,
están en condiciones de hacer que otros paguen por el privilegio de que les consienta existir y
trabajar. Estos terratenientes son gentes ociosas, y por ello cabría esperar que yo los elogiara.
Desgraciadamente, su ociosidad solamente resulta posible gracias a la laboriosidad de otros;
en efecto, su deseo de cómoda ociosidad es la fuente histórica de todo el evangelio del trabajo.
Lo último que podrían desear es que otros siguieran su ejemplo.
Desde el comienzo de la civilización hasta la revolución industrial, un hombre podía, por lo
general, producir, trabajando duramente, poco más de lo imprescindible para su propia
subsistencia y la de su familia, aun cuando su mujer trabajara al menos tan duramente como él,
y sus hijos agregaran su trabajo tan pronto como tenían la edad necesaria para ello. El
pequeño excedente sobre lo estrictamente necesario no se dejaba en manos de los que lo
producían, sino que se lo apropiaban los guerreros y los sacerdotes. En tiempos de hambruna
no había excedente; los guerreros y los sacerdotes, sin embargo, seguían reservándose tanto
como en otros tiempos, con el resultado de que muchos de los trabajadores morían de hambre.
Este sistema perduró en Rusia hasta 1917 [*] y todavía perdura en Oriente; en Inglaterra, a
pesar de la revolución industrial, se mantuvo en plenitud durante las guerras napoleónicas y
hasta hace cien años, cuando la nueva clase de los industriales ganó poder. En Norteamérica,
el sistema terminó con la revolución, excepto en el Sur, donde sobrevivió hasta la guerra civil.
Un sistema que duró tanto y que terminó tan recientemente ha dejado, como es natural, una
huella profunda en los pensamientos y las opiniones de los hombres. Buena parte de lo que
damos por sentado acerca de la conveniencia del trabajo procede de este sistema, y, al ser
preindustrial, no está adaptado al mundo moderno. La técnica moderna ha hecho posible que
el ocio, dentro de ciertos límites, no sea la prerrogativa de clases privilegiadas poco
numerosas, sino un derecho equitativamente repartido en toda la comunidad. La moral del
trabajo es la moral de los 'esclavos, y el mundo moderno no tiene necesidad de esclavitud.
Es evidente que, en las comunidades primitivas, los campesinos, de haber podido decidir, no
hubieran entregado el escaso excedente con que subsistían los guerreros y los sacerdotes,
sino que hubiesen producido menos o consumido más. Al principio, era la fuerza lo que los
obligaba a producir y entregar el excedente. Gradualmente, sin embargo, resultó posible inducir
a muchos de ellos a aceptar una ética según la cual era su deber trabajar intensamente,
aunque parte de su trabajo fuera a sostener a otros, que permanecían ociosos. Por este medio,
la compulsión requerida se fue reduciendo y los gastos de gobierno disminuyeron. En nuestros
días, el noventa y nueve por ciento de los asalariados británicos, se sentirían realmente
impresionados si se les dijera que el rey no debe tener ingresos mayores que los de un
trabajador. El deber, en términos históricos, ha sido un medio, ideado por los poseedores del
poder, para inducir a los demás a vivir para el interés de sus amos más que para su propio
interés. Por supuesto, los poseedores del poder también han hecho lo propio aún ante si
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mismos, y sé las arreglan para creer que sus intereses son idénticos a los más grandes
intereses de la humanidad. A veces esto es cierto; los atenienses propietarios de esclavos, por
ejemplo, empleaban parte de su tiempo libre en hacer una contribución permanente a la
civilización, que hubiera sido imposible bajo un sistema económico justo. El tiempo libre es
esencial para la civilización, y, en épocas pasadas, sólo el trabajo de los más hacía posible el
tiempo libre de los menos. Pero el trabajo era valioso, no porque el trabajo en sí fuera bueno,
sino porque el ocio es bueno. Y con la técnica moderna sería posible distribuir justamente el
ocio, sin menoscabo para la civilización.
La técnica moderna ha hecho posible reducir enormemente la cantidad de trabajo requerida
para asegurar lo imprescindible para la vida de todos. Esto se hizo evidente durante la guerra.
En aquel tiempo, todos los hombres de las fuerzas armadas, todos los hombres y todas las
mujeres ocupados en la fabricación de municiones, todos los hombres y todas las mujeres
ocupados en espiar, en hacer propaganda bélica o en las oficinas del gobierno relacionadas
con la guerra, fueron apartados de las ocupaciones productivas. A pesar de ello, el nivel
general de bienestar físico entre los asalariados no especializados de las naciones aliadas fue
más alto que antes y que después. La significación de este hecho fue encubierta por las
finanzas: los préstamos hacían aparecer las cosas como si el futuro estuviera alimentando al
presente. Pero esto, desde luego, hubiese sido imposible; un hombre no puede comerse una
rebanada de pan que todavía no existe. La guerra demostró de modo concluyente que la
organización científica de la producción permite mantener las poblaciones modernas en un
considerable bienestar con sólo una pequeña parte de la capacidad de trabajo del mundo
entero. Si la organización científica, que se había concebido para liberar hombres que lucharan
y fabricaran municiones, se hubiera mantenido al finalizar la guerra, y se hubiesen reducido a
cuatro las horas de trabajo, todo hubiera ido bien. En lugar de ello, fue restaurado el antiguo
caos: aquellos cuyo trabajo se necesitaba se vieron obligados a trabajar largas horas, y al resto
se le dejó morir de hambre por falta de empleo. ¿Por qué? Porque el trabajo es un deber, y un
hombre no debe recibir salarios proporcionados a lo que ha producido, sino proporcionados a
su virtud, demostrada por su laboriosidad.
Ésta es la moral del estado esclavista, aplicada en circunstancias completamente distintas de
aquellas en las que surgió. No es de extrañar que el resultado haya sido desastroso. Tomemos
un ejemplo. Supongamos que, en un momento determinado, cierto número de personas trabaja
en la manufactura de alfileres. Trabajando -digamos- ocho horas por día, hacen tantos alfileres
como el mundo necesita. Alguien inventa un ingenio con el cual el mismo número de personas
puede hacer dos veces el número de alfileres que hacía antes. Pero el mundo no necesita
duplicar ese número de alfileres: los alfileres son ya tan baratos, que difícilmente pudiera
venderse alguno más a un precio inferior. En un mundo sensato, todos los implicados en la
fabricación de alfileres pasarían a trabajar cuatro horas en lugar de ocho, y todo lo demás
continuaría como antes. Pero en el mundo real esto se juzgaría desmoralizador. Los hombres
aún trabajan ocho horas; hay demasiados alfileres; algunos patronos quiebran, y la mitad de
los hombres anteriormente empleados en la fabricación de alfileres son despedidos y quedan
sin trabajo. Al final, hay tanto tiempo libre como en el otro plan, pero la mitad de los hombres
están absolutamente ociosos, mientras la otra mitad sigue trabajando demasiado. De este
modo, queda asegurado que el inevitable tiempo libre produzca miseria por todas partes, en
lugar de ser una fuente de felicidad universal. ¿Puede imaginarse algo más insensato?
La idea de que el pobre deba disponer de tiempo libre siempre ha sido escandalosa para los
ricos. En Inglaterra, a principios del siglo XIX, la jornada normal de trabajo de un hombre era de
quince horas; los niños hacían la misma jornada algunas veces, y, por lo general, trabajaban
doce horas al día. Cuando los entrometidos apuntaron que quizá tal cantidad de horas fuese
excesiva, les dijeron que el trabajo aleja a los adultos de la bebida y a los niños del mal.
Cuando yo era niño, poco después de que los trabajadores urbanos hubieran adquirido el voto,
fueron establecidas por ley ciertas fiestas públicas, con gran indignación de las clases altas.
Recuerdo haber oído a una anciana duquesa decir: "¿Para qué quieren las fiestas los pobres?
Deberían trabajar". Hoy, las gentes son menos francas, pero el sentimiento persiste, y es la
fuente de gran parte de nuestra confusión económica.
Consideremos por un momento francamente, sin superstición, la ética del trabajo. Todo ser
humano, necesariamente, consume en el curso de su vida cierto volumen del producto del
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trabajo humano. Aceptando, cosa que podemos hacer, que el trabajo es, en conjunto,
desagradable, resulta injusto que un hombre consuma más de lo que produce. Por supuesto,
puede prestar algún servicio en lugar de producir artículos de consumo, como en el caso de un
médico, por ejemplo; pero algo ha de aportar a cambio de su manutención y alojamiento. En
esta medida, el deber de trabajar ha de ser admitido; pero solamente en esta medida.
No insistiré en el hecho de que, en todas las sociedades modernas, aparte de la URSS, mucha
gente elude aun esta mínima cantidad de trabajo; por ejemplo, todos aquellos que heredan
dinero y todos aquellos que se casan por dinero. No creo que el hecho de que se consienta a
éstos permanecer ociosos sea casi tan perjudicial como el hecho de que se espere de los
asalariados que trabajen en exceso o que mueran de hambre.
Si el asalariado ordinario trabajase cuatro horas al día, alcanzaría para todos y no habría paro -
dando por supuesta cierta muy moderada cantidad de organización sensata-. Esta idea
escandaliza a los ricos porque están convencidos de que el pobre no sabría cómo emplear
tanto tiempo libre. En Norteamérica, los hombres suelen trabajar largas horas, aun cuando ya
estén bien situados; estos hombres, naturalmente, se indignan ante la idea del tiempo libre de
los asalariados, excepto bajo la forma del inflexible castigo del paro; en realidad, les disgusta el
ocio aun para sus hijos. Y, lo que es bastante extraño, mientras desean que sus hijos trabajen
tanto que no les quede tiempo para civilizarse, no les importa que sus mujeres y sus hijas no
tengan ningún trabajo en absoluto. La esnob atracción por la inutilidad, que en una sociedad
aristocrática abarca a los dos sexos, queda, en una plutocracia, limitada a las mujeres; ello, sin
embargo, no la pone en situación más acorde con el sentido común.
El sabio empleo del tiempo libre -hemos de admitirlo- es un producto de la civilización y de la
educación. Un hombre que ha trabajado largas horas durante toda su vida se aburrirá si queda
súbitamente ocioso. Pero, sin una cantidad considerable de tiempo libre, un hombre se verá
privado de muchas de las mejores cosas. Y ya no hay razón alguna para que el grueso de la
gente haya de sufrir tal privación; solamente un necio ascetismo, generalmente vicario, nos
lleva a seguir insistiendo en trabajar en cantidades excesivas, ahora que ya no es necesario.
En el nuevo credo dominante en el gobierno de Rusia, así como hay mucho muy diferente de la
tradicional enseñanza de Occidente, hay algunas cosas que no han cambiado en absoluto. La
actitud de las clases gobernantes, y especialmente de aquellas que dirigen la propaganda
educativa respecto del tema de la dignidad del trabajo, es casi exactamente la misma que las
clases gobernantes de todo el mundo han predicado siempre a los llamados pobres honrados.
Laboriosidad, sobriedad, buena voluntad para trabajar largas horas a cambio de lejanas
ventajas, inclusive sumisión a la autoridad, todo reaparece; por añadidura, la autoridad todavía
representa la voluntad del Soberano del Universo. Quien, sin embargo, recibe ahora un nuevo
nombre: materialismo dialéctico.
La victoria del proletariado en Rusia tiene algunos puntos en común con la victoria de las
feministas en algunos otros países. Durante siglos, los hombres han admitido la superior
santidad de las mujeres, y han consolado a las mujeres de su inferioridad afirmando que la
santidad es más deseable que el poder. Al final, las feministas decidieron tener las dos cosas,
ya que las precursoras de entre ellas creían todo lo que los hombres les habían dicho acerca
de lo apetecible de la virtud, pero no lo que les habían dicho acerca de la inutilidad del poder
político. Una cosa similar ha ocurrido en Rusia por lo que se refiere al trabajo manual. Durante
siglos, los ricos y sus mercenarios han escrito en elogio del trabajo honrado, han alabado la
vida sencilla, han profesado una religión que enseña que es mucho más probable que vayan al
cielo los pobres que los ricos y, en general, han tratado de hacer creer a los trabajadores
manuales que hay cierta especial nobleza en modificar la situación de la materia en el espacio,
tal y como los hombres trataron de hacer creer a las mujeres que obtendrían cierta especial
nobleza de su esclavitud sexual. En Rusia, todas estas enseñanzas acerca de la excelencia del
trabajo manual han sido tomadas en serio, con el resultado de que el trabajador manual se ve
más honrado que nadie. Se hacen lo que, en esencia, son llamamientos a la resurrección de la
fe, pero no con los antiguos propósitos: se hacen para asegurar los trabajadores de choque
necesarios para tareas especiales. El trabajo manual es el ideal que se propone a los jóvenes,
y es la base de toda enseñanza ética.
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En la actualidad, posiblemente, todo ello sea para bien. Un país grande, lleno de recursos
naturales, espera el desarrollo, y ha de desarrollarse haciendo un uso muy escaso del crédito.
En tales circunstancias, el trabajo duro es necesario, y cabe suponer que reportará una gran
recompensa. Pero ¿qué sucederá cuando se alcance el punto en que todo el mundo pueda
vivir cómodamente sin trabajar largas horas?
En Occidente tenemos varias maneras de tratar este problema. No aspiramos a Injusticia
económica; de modo que una gran proporción del producto total va a parar a manos de una
pequeña minoría de la población, muchos de cuyos componentes no trabajan en absoluto. Por
ausencia de todo control centralizado de la producción, fabricamos multitud de cosas que no
hacen falta. Mantenemos ocioso un alto porcentaje de la población trabajadora, ya que
podemos pasarnos sin su trabajo haciendo trabajar en exceso a los demás. Cuando todos
estos métodos demuestran ser inadecuados, tenemos una guerra: mandamos a un cierto
número de personas a fabricar explosivos de alta potencia y a otro número determinado a
hacerlos estallar, como si fuéramos niños que acabáramos de descubrir los fuegos artificiales.
Con una combinación de todos estos dispositivos nos las arreglamos, aunque con dificultad,
para mantener viva la noción de que el hombre medio debe realizar una gran cantidad de duro
trabajo manual.
En Rusia, debido a una mayor justicia económica y al control centralizado de la producción, el
problema tiene que resolverse de forma distinta. La solución racional sería, tan pronto como se
pudiera asegurar las necesidades primarias y las comodidades elementales para todos, reducir
las horas de trabajo gradualmente, dejando que una votación popular decidiera, en cada nivel,
la preferencia por más ocio o por más bienes. Pero, habiendo enseñado la suprema virtud del
trabajo intenso, es difícil ver cómo pueden aspirar las autoridades a un paraíso en el que haya
mucho tiempo libre y poco trabajo. Parece más probable que encuentren continuamente
nuevos proyectos en nombre de los cuales la ociosidad presente haya de sacrificarse a la
productividad futura. Recientemente he leído acerca de un ingenioso plan propuesto por
ingenieros rusos para hacer que el mar Blanco y las costas septentrionales de Siberia se
calienten, construyendo un dique a lo largo del mar de Kara. Un proyecto admirable, pero
capaz de posponer el bienestar proletario por toda una generación, tiempo durante el cual la
nobleza del trabajo sería proclamada en los campos helados y entre las tormentas de nieve del
océano Ártico. Esto, si sucede, será el resultado de considerar la virtud del trabajo intenso
como un fin en sí misma, más que como un medio para alcanzar un estado de cosas en el cual
tal trabajo ya no fuera necesario.
El hecho es que mover materia de un lado a otro, aunque en cierta medida es necesario para
nuestra existencia, no es, bajo ningún concepto, uno de los fines de la vida humana. Si lo fuera,
tendríamos que considerar a cualquier bracero superior a Shakespeare. Hemos sido llevados a
conclusiones erradas en esta cuestión por dos causas. Una es la necesidad de tener contentos
a los pobres, que ha impulsado a los ricos durante miles de años, a reivindicar la dignidad del
trabajo, aunque teniendo buen cuidado de mantenerse indignos a este respecto. La otra es el
nuevo placer del mecanismo, que nos hace deleitarnos en los cambios asombrosamente
inteligentes que podemos producir en la superficie de la tierra. Ninguno de esos motivos tiene
gran atractivo para el que de verdad trabaja. Si le preguntáis cuál es la que considera la mejor
parte de su vida, no es probable que os responda: "Me agrada el trabajo físico porque me hace
sentir que estoy dando cumplimiento a la más noble de las tareas del hombre y porque me
gusta pensar en lo mucho que el hombre puede transformar su planeta. Es cierto que mi
cuerpo exige períodos de descanso, que tengo que pasar lo mejor posible, pero nunca soy tan
feliz como cuando llega la mañana y puedo volver a la labor de la que procede mi contento".
Nunca he oído decir estas cosas a los trabajadores.
Consideran el trabajo como debe ser considerado como un medio necesario para ganarse el
sustento, y, sea cual fuere la felicidad que puedan disfrutar, la obtienen en sus horas de ocio.
Podrá decirse que, en tanto que un poco de ocio es agradable, los hombres no sabrían cómo
llenar sus días si solamente trabajaran cuatro horas de las veinticuatro. En la medida en que
ello es cierto en el mundo moderno, es una condena de nuestra civilización; no hubiese sido
cierto en ningún período anterior. Antes había una capacidad para la alegría y los juegos que,
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hasta cierto punto, ha sido inhibida por el culto a la eficiencia. El hombre moderno piensa que
todo debería hacerse por alguna razón determinada, y nunca por sí mismo. Las personas
serias, por ejemplo, critican continuamente el hábito de ir al cine, y nos dicen que induce a los
jóvenes al delito. Pero todo el trabajo necesario para construir un cine es respetable, porque es
trabajo y porque produce beneficios económicos. La noción de que las actividades deseables
son aquellas que producen beneficio económico lo ha puesto todo patas arriba. El carnicero
que os provee de carne y el panadero que os provee de pan son merecedores de elogio,
ganando dinero; pero cuando vosotros digerís el alimento que ellos os han suministrado, no
sois más que unos frívolos, a menos que comáis tan sólo para obtener energías para vuestro
trabajo. En un sentido amplio, se sostiene que, ganar dinero es bueno mientras que gastarlo es
malo. Teniendo en cuenta que son dos aspectos de la misma transacción, esto es absurdo; del
mismo modo que podríamos sostener que las llaves son buenas, pero que los ojos de las
cerraduras son malos. Cualquiera que sea el mérito que pueda haber en la producción de
bienes, debe derivarse enteramente de la ventaja que se obtenga consumiéndolos. El
individuo, en nuestra sociedad, trabaja por un beneficio, pero el propósito social de su trabajo
radica en el consumo de lo que él produce.
Este divorcio entre los propósitos individuales y los sociales respecto de la producción es lo
que hace que a los hombres les resulte tan difícil pensar con claridad en un mundo en el que la
obtención de beneficios es el incentivo de la industria. Pensamos demasiado en la producción y
demasiado poco en el consumo. Como consecuencia de ello, concedemos demasiado poca
importancia al goce y a la felicidad sencilla, y no juzgamos la producción por el placer que da al
consumidor.
Cuando propongo que las horas de trabajo sean reducidas a cuatro, no intento decir que todo
el tiempo restante deba necesariamente malgastarse en puras frivolidades. Quiero decir que
cuatro horas de trabajo al día deberían dar derecho a un hombre a los artículos de primera
necesidad y a las comodidades elementales en la vida, y que el resto de su tiempo debería ser
de él para emplearlo como creyera conveniente. Es una parte esencial de cualquier sistema
social de tal especie el que la educación va a más allá del punto que generalmente alcanza en
la actualidad y se proponga, en parte, despertar aficiones que capaciten al hombre para usar
con inteligencia su tiempo libre. No pienso especialmente en la clase de cosas que pudieran
considerarse pedantes. Las danzas campesinas han muerto, excepto en remotas regiones
rurales, pero los impulsos que dieron lugar a que se las cultivara deben de existir todavía en la
naturaleza humana. Los placeres de las poblaciones urbanas han llevado a la mayoría a ser
pasivos: ver películas, observar partidos de fútbol, escuchar la radio, y así sucesivamente. Esto
resulta del hecho de que sus energías activas se consuman solamente en el trabajo; si tuvieran
más tiempo libre, volverían a divertirse con juegos en los que hubieran de tomar parte activa.
En el pasado, había una reducida clase ociosa y una más numerosa clase trabajadora. La
clase ociosa disfrutaba de ventajas que no se fundaban en la justicia social; esto la hacía
necesariamente opresiva, limitaba sus simpatías y la obligaba a inventar teorías que
justificasen sus privilegios. Estos hechos disminuían grandemente su mérito, pero, a pesar de
estos inconvenientes, contribuyó a casi todo lo que llamamos civilización. Cultivó las artes,
descubrió las ciencias, escribió los libros, inventó las máquinas y refinó las relaciones sociales.
Aun la liberación de los oprimidos ha sido, generalmente, iniciada desde arriba. Sin la clase
ociosa, la humanidad nunca hubiese salido de la barbarie.
El sistema de una clase ociosa hereditaria sin obligaciones era, sin embargo,
extraordinariamente ruinoso. No se había enseñado a ninguno de los miembros de esta clase a
ser laborioso, y la clase, en conjunto, no era excepcionalmente inteligente. Esta clase podía
producir un Darwin, pero contra él habrían de señalarse decenas de millares de hidalgos
rurales que jamás pensaron en nada más inteligente que la caza del zorro y el castigo de los
cazadores furtivos. Actualmente, se supone que las universidades proporcionan, de un modo
más sistemático, lo que la clase ociosa proporcionaba accidentalmente y como un subproducto.
Esto representa un gran adelanto, pero tiene ciertos inconvenientes. La vida de universidad es,
en definitiva, tan diferente de la vida en el mundo, que las personas que viven en un ambiente
académico tienden a desconocer las preocupaciones y los problemas de los hombres y las
mujeres corrientes; por añadidura, sus medios de expresión suelen ser tales, que privan a sus
opiniones de la influencia que debieran tener sobre el público en general. Otra desventaja es
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que en las universidades los estudios están organizados, y es probable que el hombre que se
le ocurre alguna línea de investigación original se sienta desanimado. Las instituciones
académicas, por tanto, si bien son útiles, no son guardianes adecuados de los intereses de la
civilización en un mundo donde todos los que quedan fuera de sus muros están demasiado
ocupados para atender a propósitos no utilitarios.
En un mundo donde nadie sea obligado a trabajar más de cuatro horas al día, toda persona
con curiosidad científica podrá satisfacerla, y todo pintor podrá pintar sin morirse de hambre, no
importa lo maravillosos que puedan ser sus cuadros. Los escritores jóvenes no se verán
forzados a llamar la atención por medio de sensacionales chapucerías, hechas con miras a
obtener la independencia económica que se necesita para las obras monumentales, y para las
cuales, cuando por fin llega la oportunidad, habrán perdido el gusto y la capacidad. Los
hombres que en su trabajo profesional se interesen por algún aspecto de la economía o de la
administración, será capaz de desarrollar sus ideas sin el distanciamiento académico, que
suele hacer aparecer carentes de realismo las obras de los economistas universitarios. Los
médicos tendrán tiempo de aprender acerca de los progresos de la medicina; los maestros no
lucharán desesperadamente para enseñar por métodos rutinarios cosas que aprendieron en su
juventud, y cuya falsedad puede haber sido demostrada en el intervalo.
Sobre todo, habrá felicidad y alegría de vivir, en lugar de nervios gastados, cansancio y
dispepsia. El trabajo exigido bastará para hacer del ocio algo delicioso, pero no para producir
agotamiento. Puesto que los hombres no estarán cansados en su tiempo libre, no querrán
solamente distracciones pasivas e insípidas. Es probable que al menos un uno por ciento
dedique el tiempo que no le consuma su trabajo profesional a tareas de algún interés público,
y, puesto que no dependerá de tales tareas para ganarse la vida, su originalidad no se verá
estorbada y no habrá necesidad de conformarse a las normas establecidas por los viejos
eruditos. Pero no solamente en estos casos excepcionales se manifestarán las ventajas del
ocio. Los hombres y las mujeres corrientes, al tener la oportunidad de una vida feliz, llegarán a
ser más bondadosos y menos inoportunos, y menos inclinados a mirar a los demás con
suspicacia. La afición a la guerra desaparecerá, en parte por la razón que antecede y en parte
porque supone un largo y duro trabajo para todos. El buen carácter es, de todas las cualidades
morales, la que más necesita el mundo, y el buen carácter es la consecuencia de la
tranquilidad y la seguridad, no de una vida de ardua lucha. Los métodos de producción
modernos nos han dado la posibilidad de la paz y la seguridad para todos; hemos elegido, en
vez de esto, el exceso de trabajo para unos y la inanición para otros. Hasta aquí, hemos sido
tan activos como lo éramos antes de que hubiese máquinas; en esto, hemos sido unos necios,
pero no hay razón para seguir siendo necios para siempre.
[*] Desde entonces, los miembros del partido comunista han heredado este privilegio de los
guerreros y sacerdotes.